El artista dominicano analiza los orígenes de ambos géneros musicales
Imaginemos que fuera posible hacer un análisis del ADN de los ritmos musicales. En ese caso, se encontraría que el perico ripiao y el vallenato, esos ritmos folklóricos de la República Dominicana y la Costa Atlántica Colombiana tienen un origen similar, y por consiguiente, una serie de coincidencias.
En el Caribe como en toda América Latina, los cantos y composiciones de los indígenas recibieron una clara influencia africana y europea. Dentro de estos cantos, se encontraban los de trabajo, los rituales y los románticos. En la década de 1870, entró por los puertos de nuestro continente, el acordeón, con una sonoridad bastante fuerte que desplaza rápidamente a la guitarra. Este instrumento (el acordeón) se utilizaba tanto en el merengue típico como en el vallenato, y define una paridad matemática en la construcción del conjunto típico del perico ripiao y del vallenato de tres instrumentos. En el perico ripiao: acordeón, güira y tambora; y en el vallenato: acordeón, raspa de caña y caja, más el cantante, o algunas veces los mismos instrumentistas cantaban. La güira, tambora, raspa de caña y caja representan los instrumentos autóctonos de cada región, con marcadas influencias africanas.
Si analizamos los ritmos, en el vallenato hay un estilo llamado merengue que se interpreta en compás de 6/8, es decir, que su subdivisión es ternaria asemejando al vals pero mucho más rápido, y en el perico ripiao también hay un ritmo llamado merengue que se escribe en compás de 4/4 con subdivisión binaria como una marcha más cuadrada. Son admirables estas similitudes genéticas; pero cada ritmo, como los miembros de una familia, tiene sus particularidades que los distinguen. Con el perico ripiao se puede tocar pambiche, merengue derecho o redondo, guinchao (combinación entre pambiche y derecho), palo y maco; y en el vallenato se puede tocar paseo, merengue, puya y son; cada aire o estilo se canta de una manera folklórica especial y tienen una gran cantidad de variaciones y fusiones.
Fue en el año de 1965, cuando gracias a un emisora dominicana llamada Radio Guarachita de Radhamés Aracena, que yo empecé a escuchar el vallenato cantado por “juglares” como Jorge Oñate y Los Hermanos Zuleta, que al principio me resultaban extraños, del mismo modo que le podría resultar a un colombiano de esa época oír a Guandulito, un cantante de perico ripiao. Radio Guarachita se dedicó a poner la música que ninguna otra emisora del país colocaba; además, tenía presentaciones de radio-teatro en vivo, y un servicio interactivo de anuncios públicos en un formato tan coloquial y pueblerino que parecía como una bocina en un mercado vendiendo yuca. Dichos elementos llevaban a que Radio Guarachita se ajustara a las necesidades cotidianas de la gente y brindara un importante servicio social. Su alto rating, sobre todo en el área rural, contribuyó a la popularización de la bachata como género y a la difusión de otros ritmos como el vallenato. Radhamés Aracena nos introdujo a esos ritmos, que como hermanos crecieron juntos y no volvieron a separarse en nuestro imaginario.
Cuando yo me mudé a la capital, ésta emisora llevó a mi estómago esa expresión musical llamada vallenato, ya que no había podido digerirla anteriormente. Pero como el ADN, la música es algo que llevamos dentro y se expresa de manera fortuita, y eso mismo pasó con el vallenato y el perico ripiao en mí ser. Nunca supe con precisión cómo se consolidó en mí esa unión. Si pudiera compararla con algo sería con el flechazo que uno siente hacia una mujer, ese amor que es mágico y al mismo tiempo misterioso, y que eventualmente motiva la decisión de casarse.
Fue gracias a ese ADN musical que no se me hizo difícil conquistar los corazones de los colombianos, cuando en el año 1981 entré por la Costa Atlántica de Colombia, con un tema musical titulado El Barbarazo. Era un tema de despecho que, según los abogados, podría definirse como una canción de adulterio con violación a domicilio. Escrita por un genio publicista, muy creativo, de nombre Ramoncito Díaz, que escribía para mí en ese entonces.
De hecho, esta canción la canté también con Héctor Lavoe en la Fania All-Stars y a ese Barbarazo le agradezco que me haya abierto el camino hacia la Costa Caribe de Colombia.
A partir de ahí, se erige una figura llamada Wilfrido Vargas, que nunca perdió un Congo de Oro, cada vez que participó en el Festival de Orquestas y Acordeones del Carnaval de Barranquilla. Gracias al vallenato, gracias a la aceptación y acogida de El Barbarazo, es que yo tomé aire y traje Abusadora, ¡y me lo celebraron igual! Después de Abusadora traje Comején, y me lo celebraron mucho mejor, y tras esto vine con El Jardinero y El Loco y La Luna, que me los celebraron en grande. Sin embargo, lo que más quiero resaltar de esa época, es el trato humano que recibí cuando pisé Colombia; Rafael Orozco, el “Pollo Isra”, Diomedes Díaz, Calixto Ochoa, entre otros, me veían como uno más de la familia. En lugar de verme como la competencia y pensar que ese dominicano había venido a quitarles el trabajo, lo que hicieron fue tomarme en sus brazos, brindarme un trato de primera y todo lo que uno puede pedir de los colegas: admiración, aprecio, amabilidad y fraternidad. Eso sentí de ellos y de la cultura colombiana: ¡así me enamoré de ese país! y así, como alguien que encuentra a su pareja ideal, me casé con Colombia. Por eso, aquí quiero dejarles a ustedes la canción de esa boda: